Rodeado de hombres desnudos
Parte II: Forzado al placer.
El día pasó lento y Rubén quedó preso de los pensamientos más diversos. Por su mente, uno tras otro, desfilaban todos esos hombres desnudos: gordos, delgados, musculosos, lampiños, peludos, altos, bajos, jóvenes y maduros... todos, absolutamente todos, le suscitaban un interés creciente, una curiosidad morbosa, y en todo caso, sensaciones nuevas para él.
¡Y luego estaban los olores! Los olores tan de hombre que invadían todo: sudores mezclados, fragancias de desodorantes baratos, otros más finos, colonias, olores que emanaban de los baños, orines, pedos, jabones, espuma de afeitar... ¡ah!, era una argamasa de estímulos que no dejaban sus sentidos en paz.
Cuando ya eran las siete de la tarde, el vestuario, como casi todos los días, se poblaba de hombres de traje y corbata. Ninguno se conocía entre sí, salvo por el hecho de encontrarse casualmente en el gimnasio. El sauna, era el sitio preferido entonces. Rubén estaba atento de cuidar la temperatura del baño, o de echar un poco de esencia de eucaliptus sobre el hornillo. Cada tanto entraba y sus ojos se desviaban hacia alguna toalla demasiado descorrida, o alguna parte íntima descubierta. Tenía mucho temor de que alguien descubriera la dirección hacia donde sus miradas recalaban, por lo que cuidaba siempre moverse siempre con mucho disimulo.

Sí, había aprendido a disimular.
Día tras día disimulaba haciendo de esa actividad casi un arte.


-¡Sr. Rivano!, el sauna está listo... – se apresuró a decir Rubén.
-Qué bien, qué bien. Gracias, Rubén..., hoy tuve un día agotador – dijo resoplando y quitándose rápidamente la ropa. Se paseó en pelotas hasta el baño. Orinó y volvió a la banca, donde Rubén le dio una toalla limpia, siguiéndolo siempre con la mirada. Ahora Rubén reparó en los vellos casi blancos de su pecho. Era algo rellenito, sin llegar a ser gordo por lo que su pecho, algo entrado en carnes, ostentaba dos tetas abultadas. Sin embargo todo su cuerpo conservaba una elegante esbeltez. Lo vio dirigirse al sauna con la toalla al hombro. Al verlo de espaldas le pareció que su culo era bastante grande, aunque no dejaba por eso de ser muy estético. Tenía un andar lento y masculino, tal vez por eso su mirada lo siguió hasta que cerró la puerta del sauna tras de sí. Se quedó mirando sin advertir que, sigilosamente, alguien se le acercaba por detrás.
-¿Así que te gusta mirar pijas?
Rubén sintió la voz casi en su oído, tan cerca estaba. Era una voz susurrante, apenas perceptible. Se volvió, aterrado. Era el hombre de bigotes que lo había visto tan interesado por aquel rubio esa tarde. Sintió un pánico de muerte y quedó mudo. Tenía, como los otros días, una apariencia intimidante, algo bajo, bastante corpulento, moreno, de amplios hombros y maciza contextura muscular, ojos torvos de anchas cejas y bigotes muy negros. Daba perfectamente el tipo recio, de esos que se vanaglorian de ser mataputos a buena honra. El hombre se alejó y con irónica sonrisa lo miró haciéndole un gesto de saludo, desapareciendo raudamente.
Rubén quedó paralizado de miedo, aturdido y mortificado. ¿Qué haría ahora? ¡Lo habían descubierto! A pesar de que la escena había pasado desapercibida para las pocas personas que quedaban en el vestuario, sentía que no podía mirar a nadie a la cara. Volvió en sí cuando sintió una palmada en el hombro. Era Héctor, que lo saludaba cordialmente, sonriente como siempre.
-¿Cómo vas, Rubén? ¿Qué te pasa? ¿Cansado?
Rubén titubeó un saludo, e intentó sonreír. Héctor se puso serio:
-¿Yo? Claro... sí, sí.
-Estás pálido... – dijo, mientras se quitaba el traje de baño y quedaba completamente desnudo. Rubén lo tenía tan cerca que cerró los ojos, agobiado, y no pudo más que alejarse. Era demasiado para un solo día.
– Es así la cosa, Rubén... – continuó Héctor, masajeándose los músculos abdominales- fue un día largo el de hoy y nos merecemos un reparador descanso ¿no es cierto?
-Sí, creo que sí – contestó Rubén desde el mostrador mientras acomodaba unas perchas para que sus trajes no se arrugaran.
-¿No lo viste a Rivano?
-El señor Rivano está en el sauna – contestó Rubén. A Héctor se le iluminó la cara.
-¡Ah, qué bien, porque necesitaba verlo! – dijo dirigiéndose hacia la puerta del sauna.
Rubén se sentó en una banca y respiró como para hallar el aire que le faltaba. Y así se quedó un tiempo largo. Sentía arder su cara y su pecho temblaba incontrolable. Escuchó el rumor de alguien que entraba y se sobresaltó pensando que era el tipo de bigotes. Pero era el rubio que volvía de la piscina, aún empapado y con una toalla al hombro. Pidió sus cosas a Rubén y luego se quitó el traje de baño. Por un momento, Rubén se olvidó de todas sus preocupaciones. ¡Qué hombre! Su cuerpo desnudo era un espectáculo fascinante. Se enjuagó el agua de la piscina bajo la ducha rápida y después desapareció en el sauna.
Rubén miró el reloj y empezó a acomodar todo sabiendo que el día de trabajo llegaba a su fin. Fue cuando vio salir al rubio del sauna hecho una turba, estaba contrariado, o más bien, indignado, como si se hubiese peleado con alguien.
***
Rubén llegó a su casa con una expresión ausente que alarmó inmediatamente a su esposa. Pero nada se dijeron. Ella sabía que algo perturbaba a su marido y cuando eso sucedía era más difícil que nunca entablar cualquier comunicación. Esa noche Rubén tardó horas en dormirse, pensando en todo lo que le estaba pasando, no solo por ese día en particular sino por los anteriores. Todo el tiempo le volvía esa frase, girando en su cabeza de manera cruel: ¿así que te gustan las pijas? y una vez más: ¿así que te gustan las pijas? y otra: ¿así que te gustan las pijas?
Por la mañana, al salir de su casa para el trabajo, vio lo hermoso que estaba el día con el sol a pleno y pensó: He sido un estúpido, de aquí en más, basta de tonterías. Y partió hacia el Gimnasio.
Ese pensamiento lo mantuvo más animado todo el día, y al día siguiente, y al otro. Rubén volvió a tener algo de tranquilidad en su vida pensando que todo había sido una niñería en su cabeza, que el tipo de bigotes era un loco suelto y que él era un tonto por haberle llevado el apunte, y que desde ahí en adelante, ya no miraría más nada.

Una tarde el vestuario estaba repleto de gente. Jóvenes, niños y adultos, agitaban el lugar con un bullicio ensordecedor. Gritos, silbidos, voces y risas retumbaban fuertemente en el gran recinto. Era cuando Rubén corría de un lado para otro, limpiando, poniendo orden, acomodando ropa y bolsos en los estantes, atendiendo los distintos pedidos que recibía de todos los clientes del gimnasio: "Rubén, mis cosas por favor", "Rubén, ya no hay papel en los baños", "Rubén, ¿tiene gel para el pelo?", "Rubén, tráigame una percha, por favor", "¿Qué pasó con el agua caliente, Rubén?", "Rubén, alcánceme la crema de afeitar, ¿quiere?"; "Rubén esto, Rubén lo otro...", y él se metía en esa jungla de cuerpos desnudos o a medio vestir, entre esos pasadizos de piernas abiertas, de músculos trabajados, de axilas mojadas, cuerpos arqueados calzándose soquetes, suspensores y calzoncillos, toallas frotando espaldas, pechos y bolas, culos expuestos, penes de todo tamaño y forma, prepucios y circuncisiones, rozando pelos negros, grises, blancos, rubios y castaños... y entonces, de alguna manera u otra, era indudable que Rubén disfrutara al adentrarse en esa marea viril de turbulentos oleajes.
Entre tanta gente una voz firme le dijo tenuemente:
-Rubén, ¿puede venir un momento, por favor?
Se volvió y, estupefacto, reconoció al hombre de bigotes. Abrió los ojos desmesuradamente y tembló de miedo. El hombre, sólo cubierto con una toalla a la cintura, con la misma expresión irónica y una sonrisa en los labios, le hizo una seña para que lo siguiera, metiéndose en los baños. Rubén fue tras él, intrigado y lleno de miedo. El hombre aprovechó que nadie se fijaba en ellos y fue hasta el último cubículo de los retretes que estaba en la parte más oscura. Y en ese rincón se le acercó cara a cara.
-¿Cómo estás, putito?
-Señor... por favor... – susurró Rubén, sintiendo el aliento del hombre y repugnado por su olor a tabaco.
-¿Todavía te siguen gustando las pijas?
Rubén entornó la mirada. Tragó saliva y preguntó:
-¿Qué quiere?
-¿Yo? nada, me preguntaba si nadie se enteró todavía de que sos puto. Veo que no, pero cuando alguien lo sepa, seguro que te van a echar.
El hombre se acercó más y guiñándole un ojo no dejó de sonreírle cáusticamente. Rubén, echándose hacia atrás instintivamente, miraba aterrado en derredor, temiendo que alguien los viese.
-No tengas miedo, putito... – decía con acento sarcástico, a la vez que se refregaba la mano por entre los pelos hirsutos de sus pectorales - ... vení, metámonos aquí... tengo que hablar con vos...
-¡No!
-Vení, o te armo ahora mismo un escándalo.
Rubén no tuvo más remedio que meterse con él en el cubículo, muerto de miedo.
-Pero... ¡qué nervioso que estás...! – dijo el hombre en medio de una fingida carcajada.
-Yo...
-Vos... sos un putito... y... ¡no sabés como yo odio a los putitos!
Rubén apenas respiraba. El hombre le pasaba el dedo por la mejilla. Rubén lo sintió como si estuviera deslizándole una navaja.

-¿Yo? ¡Jamás...! ¡yo no soy marica!
-Así que no sos puto. Mirá que bien. No sé por qué ¡pero no te creo un carajo, putito!
-No, no soy puto, estoy casado... tengo hijos...
El hombre arqueó las cejas, riendo contenidamente, y bajó su índice deslizándolo por el cuello de Rubén.
-¡Bueno, bueno...! ¡Un hombre de familia! Entonces... me debo haber equivocado, ¿no?
-Señor, por favor... – rogaba Rubén, al borde de las lágrimas.
-¿Así que casado? Mucho mejor, mucho mejor. Si no sos puto... entonces esto no te interesa, ¿verdad? – y con la otra mano, se desprendió la toalla dejándola caer al suelo. Rubén bajó la mirada y miró su verga flácida pero amenazante. Era un miembro oscuro, grueso y con un glande enorme, cubierto por un generoso prepucio. Toda la zona estaba tan poblada de vello, que las bolas quedaban ocultas - ...No me vas a decir que no te gusta... putito... mirala, mirala bien...
La mano del hombre se ciñó en la nuca de Rubén, forzándolo a inclinar la cabeza.
-Vos no tendrías que trabajar aquí, putito... ¿te das cuenta? A la gente como vos habría que mandarlos a la mierda ¿me entendés?, el día menos pensado vas a meterle mano a cualquiera de esos chicos que vienen a la salida de la escuela.
-¡No!, ¡Jamás!, yo no soy un degenerado.
-Sí lo sos. Además.... ¿qué pensaría tu mujer si un día se entera de que a vos te gustan las pijas? Mirá si alguien le va con el cuento... – el hombre se acariciaba el pezón derecho, mientras seguía aferrando a Rubén por la nuca.
-Déjeme salir, por favor...
-¿No te gusta estar conmigo? Vamos, vamos... si los dos sabemos que te morís por estar con un tipo en pelotas... Mirame: estoy totalmente en pelotas ¿no soy tu tipo, acaso? ¿no te gusto?... ¡qué va! apostaría cualquier cosa a que en este momento estás al palo, putito.
-¿Qué?
-¡Se te paró, putito... no lo niegues! seguro que ya se te puso dura ¿no?... a ver... ¿por qué no me mostrás?
-¡Basta, se lo ruego!
-¡Shhh...!, ¡calladito! no querrás que te escuche el Sr. Rivano, ¿no?
-¿El Señor Rivano? ¡No está aquí!
-Alguien podría irle con el cuento... yo no estaría tan tranquilito...
-Pero... ¿quién es usted?
-Ya lo vas a saber. Pero todo a su tiempo, putito... no tantas preguntas... ¿en qué estábamos?, ¡Ah!, sí, ya me acuerdo. Te doy la oportunidad de demostrarme que no sos puto. Hagamos una cosa: vos me mostrás que no se te paró y yo te dejo ir, ¿estamos, Rubencito? Pero antes, mirá lo que tengo aquí: no está nada mal ¿verdad? – dijo llevando la mano a su pija. La frotó lentamente y pronto cobró mayor tamaño. Rubén lo miraba lleno de ira, pero atrapado también por ambiguas sensaciones. Sintió como él se acercaba a su cara y en una sonrisa sardónica le dijo con voz sibilante:
-Ahí la tenés, ¿qué te parece? Ya viste miles de vergas ¿pero alguna tan grande como ésta? - lo obligó a bajar la vista. El miembro completamente erecto del hombre apuntaba hacia Rubén, duro como roca - ¡Dale, mostrame que no sos puto! Es fácil, lo hacés... y te vas.
El hombre, sin dejar de sostener a Rubén por la cabeza, buscó con la otra mano su cinturón y los primeros botones de la bragueta. Abrió y bajó rudamente los pantalones y el calzoncillo de Rubén, que transpiraba copiosamente. El pene se le disparó hacia fuera, en lo más alto de su erección.
-¿Y esto? ¿Así que no sos puto? – dijo fijándose en la verga de Rubén - ¡Mirame!, mirame a los ojos y decime que no sos puto.
-No soy... puto...
-No te creo, putito, mostrame como la chupás... debés ser un maestro...
-Nunca hice eso... ¡nunca...! – imploró Rubén con los ojos aterrorizados.
-¡Shh...! ¡Shh…! calladito... ¿nunca chupaste una verga? ¡Es muy fácil!, abrís la boquita y te la metés bien adentro – rió. Rubén se resistía al tironeo del hombre que ahora lo estrechaba por los hombros.
-Está bien, -continuó- si no querés verga todavía, lo entiendo, soy muy comprensivo ¿sabés?, podemos ir de a poco, ya vas a comerme la pija, tenemos tiempo, mientras empezá por lamerme el culo – e inesperadamente consiguió poner de rodillas a Rubén a tiempo que se daba vuelta, apuntando hacia él el velludo culo. Rubén cayó enredado por su pantalón en los tobillos, y empujado por la mano en su nuca, dio de lleno contra las nalgas del hombre. Estaba asqueado. El tipo restregó su culo sudoroso y turgente contra la boca de Rubén.
-¡Dale!, limpiame todo el culo, cabrón, tenés la oportunidad de demostrarme que las tenés bien puestas... – susurraba, mientras se abría de piernas al máximo. Rubén sentía el golpe de sus pesados testículos y su asco era irreprimible. Esto le provocó un par de arcadas, a lo cual el hombre le lanzó:
-¿Pero qué te pasa? ¿no te gusta?, en realidad, no parece que te de mucho asco, putito, mirá como tenés la pija..., pero lamé bien.... abrí la boca.... sacá la lengua, así... así...

-Mirá qué rápido que aprendiste, putito, lo hacés muy bien..., ¿ves que no era tan terrible? ¡Ahora sí, seguí con la pija!
-¡No, no me obligue...!
-¿Obligarte? ¿Pero no es que te morís de ganas?
-Ya le dije... ¡nunca lo hice!
-No seas remilgoso que aquí nadie nos ve... y tengo todo este pedazo de carne para vos..., ¡no me vas a decir que no se te hace agua la boca!
-Voy a vomitar si lo hago...
-No digas boludeces. Yo te voy a mostrar cómo se hace..., ¡vení...!
-¿Qué?

-Ahora vamos a ver si tenés los suficientes cojones como para metérsela a un macho... – y se abrió el culo mostrándole el húmedo y abierto ojete. Rubén, excitado al máximo, se acercó a él y apuntando su pija hacia ese valle de pelos, empujó hacia adelante casi involuntariamente. El miembro entró de un solo empellón, aún lubricado por su propia saliva.
-Sí, sí,... así, putito.... así.... ¿ves?, a lo macho nos vamos entendiendo... dale, metémela hasta las bolas.... ¡Ah!, sí... sí... muy bien... así... seguí, seguí... dámela hasta los huevos.
Rubén, entre espasmos y un mundo de emociones nuevas, totalmente contradictorias, en una mezcolanza de repulsión y cautivadora excitación, aceleraba sus movimientos cada vez más...
-¿Vas a acabar?
-... Sí... sí...
Entonces el hombre se zafó del empalamiento y volviéndose a Rubén se arrodilló para recibir la lluvia de semen en los vellos de su pecho. Rubén se vació por completo, mordiéndose los labios para no gritar de placer. Era un oleaje de deleite enorme del cual no pudo escapar. Arrodillado, el hombre de bigotes tuvo su orgasmo masturbándose, sacando de su verga un geiser de esperma caliente que le roció los pectorales, hombros, cuello y parte de la cara. Cuando se repuso, se alzó, nuevamente cara a cara con Rubén que no podía decir palabra.
-Al fin de cuentas, no eras tan puto como pensé. Menos mal, porque yo odio a los putos. En fin, creo que nos vamos a llevar bien. A ver, date la vuelta.
Rubén obedeció, sintiendo su orgullo ofendido y derrotado.
-Tenés un buen culo - dijo dándole unas palmadas - y un buen culo debe usarse. La próxima vez, me lo vas a dar.
-¡No, por favor, se lo ruego!
-Pero ¿qué parte no entendiste? A ver si aclaramos las cosas... ¡me vas a dar tu culito y yo te lo voy a coger bien cogido porque lo digo yo! Después de todo te estoy haciendo un favor porque ¡vamos!, soñabas con esto. Así que preparate, porque cuando venga otra vez, me lo vas a entregar, yo te voy a meter bien la verga, vas a portarte bien y obedecerme en todo, ¿ahora sí entendiste?
-¿Pero quién es usted?
-¿Otra vez? Ya te dije que lo vas a saber, cuando sea tiempo, mientras tanto hacete a la idea de que te voy a coger; y otra cosa, (ya me estaba olvidando lo principal, no sé donde tengo la cabeza) mañana, escuchame bien: paso para buscar la plata.
-¿La plata? ¿Qué plata?
-Vos traé plata.
-No. Usted está loco, yo no voy a traer nada..., no tengo dinero, apenas gano para mantener a mi familia.
-Ah, mirá qué problema. Lo conseguís, y punto.
-Nunca.
-¿Nunca? Está bien. Hacé como te parezca, después no te quejes de que no te avisé.
-¿Después?
-Después de que pierdas tu laburo, pelotudo. Conozco a Rivano. Lo conozco a él y al dueño de este tugurio. Imaginate cómo se van a poner cuando les diga que el encargado del vestuario de hombres es puto. Vos no sabés el lío que te puedo armar, Rubencito - dijo, mientras se acomodaba la toalla a la cintura.
-Después de que pierdas tu laburo, pelotudo. Conozco a Rivano. Lo conozco a él y al dueño de este tugurio. Imaginate cómo se van a poner cuando les diga que el encargado del vestuario de hombres es puto. Vos no sabés el lío que te puedo armar, Rubencito - dijo, mientras se acomodaba la toalla a la cintura.
Rubén se mordió el labio casi hasta lastimarse, masticando también su incontenible bronca.
-Me das tu culito y la plata, y listo, asunto terminado, aquí no ha pasado nada y nadie se enteró de nada - le dijo, acariciando una de sus nalgas.
Rubén negó con la cabeza, avergonzado y a punto de estallar.
-¿No? - sonrió el tipo de bigotes mientras le tomaba suavemente la barbilla - entonces, chau, putito, despedite de tu empleo.
Rubén salió de allí hecho trizas. Sin levantar la vista y temiendo que todos lo miraran, se apresuró a tomar su puesto detrás del mostrador y volvió a su trabajo. Estaba sordo, mudo y ciego a todo en derredor. Nunca nadie lo había humillado así. La gente del vestuario entraba y salía sin reparar en él, todo transcurría como si nada hubiera pasado, pero Rubén, en su interior, afrontaba un huracán de furia.
Al rato, el tipo de bigotes, que ya se había vestido, tomó sus cosas y se acercó hasta Rubén, que permaneció inmóvil y sin mirarlo a la cara. El hombre le tiró un sobre de papel con algo adentro.
-Tomá, para nuestra próxima cita, quiero que la uses, cariño. Mañana paso a buscar la guita, traé diez de los grandes, empezaremos con esa cifra, después veremos.
El tipo desapareció.
Cuando Rubén metió la mano en el sobre, tocó una tela muy suave, y al sacar lo que había adentro vio, asqueado, que se trataba de una prenda de lencería femenina, transparente y diminuta.
(Continuará el próximo lunes)
FrancoAgosto 2007