Y ese magnetismo del que hablaba ayer, queda siempre indivisiblemente asociado a los vellos.
No hay imán mayor para mí.
Es imposible evitar esa atracción. Y me temo que con los años esa deliciosa adicción tiende a agravarse.
Me pregunto si los hombres somos conscientes de lo que provoca nuestra vellosidad en los demás. ¿Hasta qué punto conocen esos alcances aquellos que, indiscriminadamente, abusan de la depilación y las máquinas de afeitar que todo lo neutralizan a su paso?
Hace unos días, en el tren, mis ojos se fueron directamente hacia un tipito muy atractivo que vestía una camiseta muy suelta y sin mangas. La prenda a duras penas podía cubrir su pecho velludo y sus tetillas rosadas y puntiagudas. ¡Qué gran decepción fue constatar que, al alzar los brazos, sus axilas estaban perfectamente depiladas, ostentando una piel rosadita y suave como la de un bebé!
Casi inmediatamente, me volví hacia la ventanilla. El anodino paisaje urbano, de pronto, era mucho más entretenido.
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Magnetismo II
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