Para muchos aberrante para otros excitante o por lo menos interesante, el componente erótico y estimulante del bondage reside en la liberación mental proveniente de la cesión de la responsabilidad y el ejercicio de la vulnerabilidad.
Consiste en dejarse atar parcial o totalmente para llevar a cabo los más indecibles clímax sexuales.
Es alcanzar una profunda confianza a través de esa entrega absoluta, un concepto casi poético en virtud de alimentar el arte de hacer el amor.
Los orientales -¿cuándo no?- tuvieron mucho que ver con la historia del bondage que proviene del castigo marcial japonés denominado Hojojutsu. En este, los guerreros ataban a sus prisioneros mediante la inmovilización y la práctica de castigos sexuales. ¡Vaya!
Provenga de oriente u occidente, en el juego, la persona inmovilizada confía a otra u otras la capacidad de acción sobre su cuerpo sin más opción que la liberación de la mente y sus preocupaciones. Y aunque parezca difícil de creer el objetivo es lograr una sensación de tranquilidad provocada por la inhibición del control, sumada al deseo provocado por la dominación, permite a la persona inmovilizada dejarse llevar, pudiendo ejercer así el abandono erótico de su cuerpo.
En la excitación intervienen también un sinnúmero sensaciones físicas como la presión de la cuerda, el roce con ciertas zonas erógenas o incluso la abrasión producida por la cuerda al desplazarse sobre la piel.
La segregación de hormonas como la adrenalina, generada por la sensación de peligro simbólico, o de la oxitocina, provocan las sensaciones de excitación, tranquilidad y el placer.
Creo que para los que no poseemos el hábito de disfrutar nuestras relaciones por este medio tenemos bastante que aprender sobre esta "tranquilidad", tan contraria a lo violento que supone el hecho de quedar a merced de la voluntad del amante.