Claro está que un hombre peludo siempre tendrá un lugar privilegiado en mi escala de atención, ya que los pelos pueden ser tan atractivos como la fuerza de gravedad. Basta una pequeña pelusita débilmente insinuada para que mi mirada caiga inmediatamente allí, donde emerge la sutil señal desde una camisa desabrochada, una manga fatalmente corta, o un tenue contraluz dorando la piel erizada. Es decir, una débil pelusilla adornando un dedo meñique ya es suficiente. Adoro los pelos. Pero así como existen hombres pertenecientes a ese primer nivel de vellosidad, también están aquellos que escalaron al nivel más alto, sí, esos que son un desborde obsceno de pelambreras de todo tipo y color. Dioses de la testosterona, muestran sus vellos corporales ya con orgullo, o bien intentan ocultarlos con pudor como si su grupo minoritario los calificara de raros simios humanos. Me pregunto si la cantidad de pelos es necesariamente proporcional a la atracción que deberían producir. No lo creo. Particularmente prefiero aquellos cuerpos velludos que guardan un equilibrado balance entre las zonas pobladas de pelos y aquellas donde la piel se muestra limpia y clara de cualquier sombra pilosa. El nivel medio, digamos. Ellos son mis favoritos, ya lo he dicho muchas veces. Porque creo definitivamente que el vello corporal es mucho más contundente y letal cuando dicho contraste está bien delimitado. Pero, sin ánimo de hacer aquí una discriminación según los distintos niveles de intensidad vellosa, (aunque sería interesante alguna vez tratar el tema) echemos una larga ojeada sobre los hombres muy velludos, esos que si se depilaran marcarían una diferencia notable al pesarse en la balanza, esos que están completamente cubiertos de pelos..., sí, siguen siendo interesantes..., veamos por qué:
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Hiperpeludos
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